En 1478 la reina Isabel la Católica creo el Tribunal del Santo Oficio y en 1650 el Consejo Supremo de la Santa Inquisición se instaló en Madrid, concretamente en la calle Torija. En esa primera época los Autos de Fe se celebraban en la Plaza Mayor y más tarde en la Glorieta de San Bernardo, a donde los condenados llegaban desde las mazmorras existentes en la plazuela de Santo Domingo. Fue Maria Cristina de Borbón, madre y regente de Isabel II, la que bien avanzado el siglo XIX puso fin a los tribunales del Santo Oficio. Cuatro siglos que han dejado mucho rastro en la ciudad. Descubrimos el Madrid de la Inquisición.

Fue la reina Isabel la Católica la que en 1478 creó en Castilla el Tribunal del Santo Oficio, la temida y siniestra Santa Inquisición. No fue hasta 1480 cuando este tribunal religioso comenzó a dar sus primeros pasos, con fondos que curiosamente procedían de la confiscación de los bienes de los condenados.

Los primeros Inquisidores Generales de la Corona de Castilla fueron Miguel de Morillo y Juan de San Martín, mientras que Juan de Torquemada -dominico y confesor de Isabel la Católica- fue nombrado primero Inquisidor General de Aragón en 1485, un nombramiento rechazado por las Cortes de Aragón, contrarias a la institución del Santo Oficio en su territorio, para más tarde convertirse en máximo responsable de la Inquisición en España.

La Santa Inquisición llega a Madrid

A pesar de que Felipe II decidió trasladar la capital a Madrid en 1561, todos los temas relacionados con el Tribunal del Santo Oficio se mantuvieron centralizados en Toledo hasta 1650.

A partir de ese año Madrid contará con su propio Consejo Supremo del Santo Oficio, ubicado primero en el convento de Nuestra Señora de Atocha y más tarde en el número 12 de la calle Torija, muy cerca de donde se encuentra actualmente el Senado. 

Por su parte, el Palacio del Santo Oficio estuvo en un edificio de la calle Puebla y el Tribunal de Corte en la calle de Isabel la Católica, que por esta razón se llamaba calle de la Inquisición.

Los reos y condenados eran confinados en las mazmorras de un monasterio situado en la plazuela de Santo Domingo, mientras que los Autos de Fe solían celebrarse en un primer momento en la Plaza Mayor. 

Los Autos de Fe

Más tarde y hasta 1743 estos Autos de Fe pasaron a celebrarse en el espacio comprendido entre las calles de Claudio Coello, Serrano, Conde de Aranda y Columela, para desde allí trasladarse a la actual Glorieta de San Bernardo o de Ruíz Giménez, un espacio que en aquel momento se encontraba extramuros de la capital.

Cuando en 1869 se comenzó a urbanizar esta zona de Madrid se comprobó que en algunos estratos de tierra existía una capa viscosa y grasienta de betún, restos que probablemente procedían de los cientos de cuerpos que allí fueron quemados por la Santa Inquisición.

Los Autos de Fe solían anunciarse con semanas de antelación en todas las iglesias de Madrid, para después pregonarse las ejecuciones ante el Alcázar donde vivía la familia real. Desde el reinado de Fernando III el rey era el encargado de suministrar la leña para las hogueras inquisitoriales.

El día de la víspera del Auto de Fe tenían lugar las llamadas procesiones de la Cruz Blanca y de la Cruz Verde. Estas procesiones salían del convento de doña María de Aragón -donde hoy está el Senado- y en su itinerario llevaban la leña a los lugares donde se montaban las hogueras.

El mismo día de la ejecución los condenados eran paseados -la llamada “vergüenza”- por las calles de la capital camino del lugar donde tendría lugar el Auto de Fe. Iban desnudos de cintura para arriba y vistiendo los famosos “sambenito”, que por su colores y dibujos informaban al público de los delitos de los que estaban acusados. 

Dicen las crónicas que el último Auto de Fe celebrado en Madrid tuvo lugar en 1680 en la Plaza De la Cruz Verde durante el reinado de Carlos II.

El rastro del Santo Oficio

Todavía hoy muchas de las calles del centro de Madrid nos recuerdan la presencia del Santo Oficio. Entre ellas la calle de Carranza, que rinde homenaje al obispo Bartolomé de Carranza, investigado por la Inquisición entre 1559 y 1567 y que finalmente fue declarado inocente.

Es también el caso de la calle de la Ventosa, que rememora el juicio a una supuesta hechicera que decía curar los males del cuerpo con una ampolla de cristal que utilizaba a modo de ventosa, o de la calle del Cenicero, cuyos vecinos recogían las cenizas de las hogueras para después venderlas para hacer lejía a las lavanderas que ejercían su labor en las orillas del Manzanares.

Por no olvidar que la calle del Marqués de Santa Ana se llamó en sus tiempos calle de El Rubio, en recuerdo al juicio al que fueron sometidos un capellán y varias monjas, que acusaron al joven y rubio ayudante del sacerdote de hacerlas sentir poseídas por el diablo.

La Santa Inquisición fue abolida por Napoleón Bonaparte en 1808, una medida que también fue aprobada en 1813 por las Cortes de Cádiz, aunque el Santo Oficio regresaría en 1814 con la vuelta de Fernando VII. 

Durante la minoría de edad de la reina Isabel II fue la regente, María Cristina de Borbón, la encargada de firmar el Real Decreto que puso fin a la Inquisición en España.

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